Después de la brillante y demoledora Blue Jasmine (que también divertida) , Woody Allen se entrega a la sencillez con Magia a la luz de la luna, un bonito y romántico cuento en el que vemos elementos característicos de Allen: su pasión por los magos y sus trucos (elemento recurrente en muchas de sus películas), el retrato de la alta sociedad ( esta vez en la Costa Azul francesa, años 30) y por supuesto el amor, siempre presente en su universo.
La lucha entre razón y fé o, lo que es lo mismo, entre
ciencia y creencia ocupa muchos aspectos de la vida, entre ellos las relaciones
románticas. Se puede vivir mejor en una mentira y la verdad esta sobrevalorada;
al fin y al cabo lo que importa es ser feliz y la felicidad puede resumirse en
el amor. En este sentido hasta los más racionales tienen que aceptar que el
amor existe y que éste es completamente irracional, lo que lo convierte en algo
mágico.
Si bien este contenido filosófico es absolutamente evidente,
no importa. Lo que cuenta es el buen rato que pasamos al ver la
película, una comedia romántica en toda regla, eso sí, muy bien hecha y con unos diálogos
estupendos, no en vano es Woody Allen.