Le recomendé a un amigo que fuese a ver la película , y me dijo que pensaba eludirla porque estaba saturado
de “lo irlandés”. No me especificó
en que consistía
tal característica ( nos
comunicábamos por wassap
).Y deduzco que es la combinación
de religión católica, represión, clero pederastia, más la resistencia empecinada a sus
vecinos ingleses . Aderezado todo de un apego exagerado, y no se si muy
recomendable , a su propia tierra .
Pues bien : este es un film en el
que , si ves un trailer, estás
convencido de que se van a verificar todos esos tópicos .Y el primer factor que nos sorprende es comprobar que
esas imágenes y paisajes
de siempre ( con cura con sotana incluido ) acompañan a unas historias que se despegan ampliamente de lo irlandés tradicional.
Calvary nos muestra una Irlanda que
ya no es lo que era, o lo que imaginábamos
que era. Esta historia nos presenta unos personajes de una innegable
universalidad, que manifiestan angustias, dudas, actitudes morales,
aberraciones y bondades propias de cualquier rincón del mundo
occidental. Pervive el bello y duro paisaje irlandés o el icono del cura con
sotana. Pero la gente que habita y sufre en la isla, a juzgar por las
vicisitudes que nos plantean los personajes, distan de lo que podría considerarse la esencia del
alma irlandesa tradicional ( pues ya ni siquiera son todos católicos ).
A esta primera sorpresa de ubicar en
un pueblo irlandés
historias que podrían
suceder en cualquier lugar que albergue personajes neuróticos, desesperados y que a duras penas encuentran un
sentido a sus vidas, se une una acertada articulación de la historia, narrada en siete días como capítulos
independientes, aunque lógicamente
relacionados, y que se presentan como un thriller con la intriga en el
desarrollo y violencia inherentes al género. Pero
la película también posee hondura humana,
escepticismo y unos diálogos
magistrales repletos de ironía
y naturalidad. Calvary nos ofrece un recorrido y una combinación de estilos original, muy entretenida y alejada de los tópicos irlandeses más
manidos.
Manuel Fonseca