No es una película
fácil de ver ni de interpretar. Pero una vez vista, induce a formular alguna
opinión, sobre todo a los que tenemos algún recuerdo de la muerte del
polifacético intelectual, asesinado en la sórdida playa de Ostia en noviembre
de 1975.
Y no es que en
aquella España paleta y pre-democrática, el asesinato del director italiano
supusiera convulsión alguna, salvo en algunos aficionados al cine y admiradores
de la cultura italiana, tan en boga en
aquel tiempo. (Acabo de reparar, si las fechas no me fallan, que Franco moriría
unos días más tarde que Pasolini: demostración palpable sobre lo indiscriminado
de la muerte).
Abel Ferrara nos
ofrece una obra de género que podemos denominar como sui-generis: “sufrir por
algo que nos ofrece determinados beneficios intelectuales”, lo cual me parece
perfectamente admisible, incluso bueno (lo malo es que te hagan sufrir para
nada).Ya me ha pasado con otras películas, como Turner, que te ofrecen un
sufrimiento en forma de aburrimiento muy notable, beneficiándote con una
excelente fotografía y con una visión exhaustiva del aburrimiento en todos los
órdenes (social, cultural ,de valores humanos) en un siglo decimonónico que se nos suele representar de manera más
épica.
De Pasolini no se
podrá decir que es muy entretenida, pero te hace pensar. Servida mediante una
original forma narrativa, en varios niveles, combinando acontecimientos reales
con otros imaginados (tan reales, en definitiva, unos como los otros). La
aproximación al personaje biografiado no te deja indiferente. A través de la
película Pasolini atisbamos el desasosiego de su vida y lo arriesgado de su
actitud intelectual. Suponían una acumulación de negaciones y contradicciones
que abocaban a un trágico final. Casi coincidiendo con su muerte, se estrenaba
“Saló o los 120 días de Sodoma”. Habiendo filmado tal historia, es difícil
imaginar lo que hubiese podido venir después. Una formulación tan negativa y
desesperanzada es insuperable.
El cineasta
neoyorquino aborda su aproximación a Pasolini mediante una narración que parece
imitar (u homenajear) el estilo cinematográfico del propio Pasolini. Tarea
digna de encomio. El actor que encarna al malogrado protagonista (Willen Dafoe)
está sensacional, revistiendo al personaje de una autenticidad que lo aproxima
al falso documental. María de Medeiros crea un contrapunto interpretativo con
su breve personaje de intelectual frívola y snob, que quita algo de hierro al
conjunto.
Mención especial
merece el final, no por conocido menos sorprendente. La fotografía de textura
sucia , apenas iluminada. El escenario sórdido, como el peor sitio para morir,
y los detalles de cómo pudo acontecer tan desgraciado desenlace, están contados
con una turbia y conmovedora belleza, dotados de una extraña poesía que lo
acerca al documental, más que falso, “verdadero y real documental”.
Abstenerse quienes, aunque sea
inconscientemente, necesiten alguna tabla de salvación a la que agarrarse.
Pasolini te deja completamente a la deriva.
M.Fonseca.