Si eres de los que te gusta la música, has debido pensar alguna vez en la emoción que deben experimentar los músicos cuando dan un buen concierto. Cuando todos los instrumentos del grupo están sonando en la misma ‘sintonía’ y se crea en el ambiente eso que llaman ‘química’ o ‘duende’ en el flamenco. Ese momento mágico tiene que compensar las largas horas de ensayo y la indispensable disciplina que necesitan los grandes músicos para llegar a la genialidad.
Esa magia también se transmite a los que están escuchando y logran conectar con esa ‘sintonía’ que han creado los músicos; produciéndose en el público un estremecimiento y unas emociones indescriptibles y muy personales, que te aíslan del mundo que te rodea y que por unos momentos, te hacen sentir que todo se puede trasmitir con la música: no encuentro otro arte que exprese con tanta facilidad las emociones que llevas dentro. El cine se nutre y se vale de la música para acompañar, expresar, narrar…y a veces, es la propia música la protagonista. Este es el caso de Whiplash.
El protagonista de Whiplash, interpretado por Miles Teller, es un batería de jazz que tiene una obsesión: ser el mejor. Su profesor, interpretado por el, a partir de ahora odiado, J.K. Simmons, también tiene su propia obsesión y utiliza un método poco ortodoxo con el que intenta que los músicos saquen lo mejor de ellos. Con la lucha de las obsesiones de ambos protagonistas Damien Chazelle, director y guionista, crea una historia sencilla pero emocionante. Llena de tensión y con muy buen ritmo ( nunca mejor dicho ).
Nunca había visto que el público de una sala de cine se comportase igual que en un concierto. Cuando veáis esta trepidante película sabréis de lo que os hablo. No os la perdáis en el cine porque en casa será otra película muy distinta ( como casi siempre suele pasar ).
J.A.G.