Como amante y lector empedernido de ciencia ficción,
en el último mes me he enfrentado con cuatro películas de este género con muy
buen nivel, desde Interestellar, la más comercial e irregular de ellas,
hasta la súper independiente de bajísimo presupuesto Coherence, que nos
muestra una ciencia ficción dura, sin concesiones, para auténticos amantes del
género. Otro de los films seleccionados es el documental de metalenguaje
cinematográfico Jodorowky´s Dune, inspiradora obra
maestra (en breve se convertirá en documental de culto) que nos remite a uno de
mis grandes libros de cabecera y a la vez a grandes fiascos de la historia del
cine de ciencia ficción. Por último, Origins, que de estas cuatro
películas, es la que más me cautivó y fue creciendo en mi cabeza los días
posteriores a verla, convirtiéndose en una de las grandes películas que he
visto este año en el cine.
Tenía claro que el segundo film de Mike Cahill iba a
estar a la altura de su ópera prima y así fue. En principio no nos plantea nada
nuevo: parte de una idea tan básica y conocida como la reencarnación para
llevarla a un nuevo nivel y envolverla en su propio embalaje dándole
verosimilitud. Esta película, al igual que Otra Tierra es poética, introspectiva, emotiva,
sutil y, sobre todo, dota a la historia de cotidianeidad, lo que hace que la
frontera entre realismo mágico y ciencia ficción sea bastante difusa.
Lo primero a destacar es que nos plantea un mundo
metafísico basado en la espiritualidad, pero una espiritualidad pura, alejada
de cualquier atisbo de religión. Hace alusión, como el título de la película
sugiere, al origen del ser humano: de dónde venimos antes de llegar a esta
realidad y hacia dónde partimos y permanecemos después de nuestra existencia
física. Tal y como decía anteriormente, una de las grande preguntas, si no la
mayor, a la que nos enfrentamos.
La película se articula sobre un esquema clásico de
triángulo amoroso en el que el protagonista, científico de profesión, se ve
envuelto y atraído hacia cada uno de los vértices del triángulo, de manera
distinta según avanza la narración. Aquí es donde el director juega con una
maravillosa construcción de personajes y dirección de actores. Por un lado nos
encontramos con la ciencia y la razón, representadas por uno de los personajes
femeninos, la compañera de laboratorio del protagonista. Ella es comprensiva, cabal,
centrada en su trabajo y entusiasta por lograr cualquier avance de su
investigación que demuestre la no existencia de un orden superior. En el otro
extremo se encuentra la espiritualidad, encarnada por una enigmática chica que
representa el amor suicida, inconsciente, vitalista e infantil. Este otro
personaje, antagónico del primero, muestra interés por el azar, el misticismo,
la suerte o el destino, lo que provoca a la vez el amor y el odio del protagonista.
Lo interesante de la película es ver cómo la trayectoria vital, sentimental y
profesional de éste se entrelazan para construir la historia, manejándonos para
que empaticemos, según el momento, con uno u otro personaje.
Esta metáfora de personajes que representan la Ciencia
y el Espíritu nos va cautivando poco a poco. Tras conocer a los protagonistas,
nos encontramos en un punto de inflexión que hace que empiece a revelarse la
verdadera trama de la película: la idea de la reencarnación y búsqueda de la
espiritualidad como algo que tiene que existir más allá de la ciencia para
explicar la realidad.
Durante la travesía que recorre el protagonista hacia
su transformación -contra la que ha estado luchando desde el principio de la
película- el espectador se ve salpicado por frases y teorías realmente
interesantes, como la explicación los Déjà vu, las afinidades electivas, la sensación de conocer a una
persona desde antes de haberla encontrado, la maravillosa teoría que explica
que si antes del Big Bang todos los átomos del universo estaban concentrados en
un solo punto, entonces los átomos de dos personas se han conocido y tocado
anteriormente. Y por supuesto, la teoría que se sostiene a lo largo del film : los ojos son la ventana del
alma. La película nos va soltando estas perlas hasta llegar al final, uno de
los más emotivos que he visto últimamente, en el que el personaje lejos de
abandonar, mantiene la fé hasta llevarnos al clímax del film, que es manejado
con maestría para regalarnos un desenlace que nos pone la piel de gallina y nos
deja con lágrimas en los ojos, al fin y al cabo, es una película que trata
los tema más universales que
existen: el amor, dios (o la espiritualidad) y la muerte.
Origins ha ido creciendo
en mi cabeza desde el día en que la vi, me ha llevado a fantasear sobre dónde
podrían estar mis seres queridos ya desaparecidos; también he sentido total
empatía con todos los personajes. Una película se convierte en una gran
película cuando ocupa mis pensamiento después de verla y cuando envejece bien.
De momento una de las dos condiciones la ha cumplido con creces, espero volver
a verla dentro de unos años y que despierte en mi los mismos sentimientos,
puesto que el cine se trata de eso, de sentimientos.
Por último me gustaría destacar la maravillosa banda
sonora de la película y un pequeño regalo extra que mucha gente no habrá visto,
la escena post créditos que nos explica, aunque de
una manera muy abierta, una pequeña parte de la trama que no quedaba del todo
cerrada en la película.
Manuel Ferro
