viernes, 25 de octubre de 2013

El día que besé a Audrey Hepburn

     Yo creo que hay pocas películas en la historia del cine que han superado a la novela en la que están inspiradas. El caso de Desayuno con diamantes es una de ellas. La novela de Truman Capote es, literalmente, infumable. La película de Blake Edwards del año 1961 por suerte se basó solamente en la primera parte de la obra de Capote, y lo cierto es que la resuelve de manera fantástica.





     Ahora bien, seguramente nada de lo que hoy pensamos de esta película, entrañable y con una música de quitarse el sombrero, podría decirse si no hubiera sido interpretada por la genial Audrey Hepburn. El desfile de trajes de Hubert de Givenchy, la banda sonora de Henry Mancini y la elegancia de Miss Hepburn ante los escaparates de Tiffany’s en la Quinta Avenida neoyorkina hacían casi innecesario el guión y la inspiración de la novela de Truman Capote.

     ¿Quién no se ha dado un paseo por Tiffany’s intentando emular los pasos de Miss Hepburn? ¿Quién no se ha presentado frente al escaparate de la joyería con un croissant y un café en un vaso de plástico? No, querido amigo. Eso solo lo puede hacer ella, con esa inocencia que Dios le regaló. Nosotros, yo al menos, solo desbarraríamos ante el escaparate de Tiffany’s con un vaso de Colacao y un cruasán (únicamente Miss Hepburn puede llevar un croissant), sin ninguna gracia ni estilo.

     Voy más allá. ¿Quién no ha entrado en una tienda de artículos de fiesta y ha emulado robar una máscara de plástico o ha montado una reunión de amigos en su casa juntando a lo más selecto del barrio? Seguramente muchos lo han intentando, pero Chamberí o Getafe no es Manhattan. Y ni si quiera esto se podría hacer hoy en un apartamento de la Gran Manzana. Esas cosas solo las podía hacer ella.

     Cualquiera que sepa de mi entusiasmo por Audrey Hepburn pensará que estoy condicionado a hablar así de ella, precisamente, por haber caído a los pies de esta musa del cine. Y lo digo yo, que soy incapaz de ir al cine porque no me gusta. Y no aguanto más de 15 minutos sentado delante del televisor viendo una película, ni un programa normal. Sí, señores, soy “misocinéfilo” o como se diga. Pero me rindo ante Miss Hepburn. Eso sí, es una rendición con condiciones. Tengo todas sus películas (compradas en discos legales, nada de piratear) y las he visto todas varias veces, aunque reconozco que en cómodos capítulos de 15-20 minutos, o teniendo entre manos algo más que hacer.

     Voy a acabar con una anécdota. Yo no tuve la suerte de conocer a Miss Hepburn pero, ¡ay! diosa Fortuna cuánto he de agradecerte: conozco a alguien que sí tuvo trato directo con ella. Muchos conocerán a Michel Huygen, el músico hispano-belga que hacía las bandas sonoras de series de televisión míticas de Fernando Jiménez del Oso, como En busca del misterio. Precisamente un día, cenando en casa de Fernando con él, me salta, sin previo aviso, que él conoció a Audrey. Así la llamó, con toda familiaridad. ¡Como si fuera lo más normal del mundo! Sus padres, belgas, eran muy amigos de ella que para quien no lo sepa, también era belga. Pero hay algo más. Durante el rodaje de Historia de una monja (1959), en el Congo, Michel vivía con sus padres en el país africano. Quien no haya visto la película, le recomiendo que lo haga. Hay una escena en la que el grupo de feligreses entra en la iglesia. En primer plano hay un niño rubito sentado en uno de los bancos, solo, en las filas delanteras. Ése es el bueno de Michel Huygen con apenas cinco añitos.

     Sobra decir que después de que me contara esta historia me levanté para darle dos besos. Estaba besando a alguien que a su vez había besado a Audrey Hepburn. ¡Qué grande!


                                                                                                                               Nacho Ares