Si hace unos años, por ejemplo tras ver Sweet Sixteen (2002
), tuviéramos que clasificar al tándem Ken Loach – Paul Laverty, podríamos
emplear numerosos elogios sobre el trabajo conjunto que director
y guionista llevan haciendo
durante décadas. Entre tales consideraciones positivas sobre las películas de
Loach y Laverty, creo que optimismo no sería una de los calificativos que
hubiéramos empleado para describir su cine. Sin embargo, desde hace ya unos
años, vemos películas de Loach que están cargadas de optimismo. Me refiero a
Looking for Erik (2009) y a The Angels’ Share (2012), maravillosos
films que sin abandonar su
implicación con los más desfavorecidos y sus denuncias a las injusticias, nos
hacen sonreir y nos llenan de esperanza, de forma que uno sale del cine
reconfortado, lleno de optimismo y vitalidad.
Jimmy’s Hall es una de esas películas que te deja una
sonrisa. Basada en un suceso real, la historia de Jimmy nos recuerda que hay
personas buenas, personas que se preocupan por los demás y que son capaces de
luchar por vivir en un mundo un poco más justo, y sobre todo, personas que
tienen pasión por la vida. No se puede decir que Jimmy’s Hall tenga un final
feliz -la historia es la historia y no se puede cambiar- pero sí tiene un final
muy vitalista.
Esta vez el cine social de Loach nos lleva a la Irlanda de
los años 30, donde la represión por parte de la Iglesia junto a los grandes
propietarios de la época, se opone a la difusión de la cultura y el estímulo de
creatividad que una pequeña comunidad intenta difundir entre su población. Esto
sucede en el local de Jimmy, centro comunitario donde la gente acude a bailar a
aprender y a divertirse.
Un buen regalo de Navidad