jueves, 2 de junio de 2016

Corazón Gigante


De vez en cuando nos sorprende que en la típica dicotomía bien/ mal, prevalezca el triunfo del bien sobre el mal. Nos reconforta pensar en “la bondad natural “ y en las prácticas bondadosas sin esperar nada a cambio. La película islandesa de Dabur Kári, protagonizada por un espléndido Gunnar Jónsson nos sitúa en el territorio de las emociones y los sentimientos, donde se puede amar sin condiciones, manifestar la honestidad y derrochar humanidad.

Fussi es un personaje con el que empatizamos desde el inicio, sufrimos con él las bromas que padece por parte de los compañeros de trabajo. Es un marginado, un excluido de la vida laboral y social por su condición y características físicas no aceptadas por una gran mayoría. También nos conmueve su pacifismo y su falta de rebeldía (sólo en una ocasión utiliza la violencia como defensa en una situación vejatoria y humillante), siendo incapaz de delatar a los compañeros autores del acoso. Su vida familiar, limitada al vínculo con la madre, nos introduce en un mundo cerrado y claustrofóbico en el que no se le ha facilitado la construcción de su identidad como persona fuera del cordón umbilical. Fussi es un niño grande que se refugia en sus juguetes (batallas de la 2ª Guerra  Mundial) para evadirse de la realidad que le rodea. Se apoya en la música Heavy, las comidas, las llamadas radiofónicas…todo aquello que le ayuda a combatir la soledad.

De vital importancia resulta para el personaje conocer a una niña de ocho años y a la mujer de la clase de baile, estas le motivarán para comunicar sus sentimientos más nobles: la generosidad, la solidaridad y el amor. Se servirá de la acción (pues el lenguaje no parece ser el vehículo apropiado en esta personalidad marcada por un gran bloqueo emocional) para dar el salto definitivo y salir del entorno asfixiante en el que se desarrolla la historia. Corazón Gigante resulta ser un filme de grandes valores humanistas donde la práctica del bien es un fin en si mismo.


María Berrocal