Hay
películas que, sin historias extraordinarias ni escenas impactantes, te dejan
huella durante mucho tiempo, películas que van creciendo en ti según pasan los
días, y que, sin darte cuenta te hacen partícipe de una magia no tan frecuente
en el cine: el don de la sencillez y de la dosificación. Ira Sachs demuestra
ser un auténtico mago, un maestro en la transmisión de historias sencillas
llenas de significado, una especie de “cine inductivo” en el que una situación
particular nada inusual nos conduce a importantes reflexiones de carácter
general, en este caso a reflexiones sobre, la inocencia, la amistad, la
familia, el cambio, el crecimiento y sobre todo la complejidad de “la verdad”
que, por supuesto, no existe, ya que solo existen los puntos de vista.
Acompaña
al cine de Ira Sachs una empatía hacia los problemas sociales, que ya se
manifestó en El amor es extraño. En
ambas películas el director muestra los problemas económicos derivados de los
altísimos precios en los alquileres. Este elemento aparece en Verano en
Brooklyn como factor clave en el desarrollo del conflicto, y es que el dinero
aparece en la película como un monstruo contra el que no se puede luchar:
ni la amistad ni la empatía, ni las buenas intenciones se revelarán más
importantes que éste; lo que hace de Verano en Brooklyn una acertada,
realista y madura aceptación de nuestra organización social y modo de vida, que
no por ello, una aprobación. Es de especial belleza que
sean los niños quienes, debido a su “mirada limpia” muestren una absoluta incomprensión
ante el poder del capital y se revelen ante ello. Ambos se verán obligados a madurar y a perder parte de su inocencia al tener que aceptar la frustración, pues los problemas no se resolverán como ellos querrían.
Anika