Resultaba imposible acercarse al Teatro Lope
de Vega, iluminado con focos de diverso cromatismo, para llegar a la proyección
de la película inaugural del Festival Europeo de Cine de Sevilla, y no recordar
aquella popular canción de Los del Río. Sí, Sevilla tiene un color especial, lo
ha tenido en estos días, no solo en la fachada de la sede más glamourosa del evento, sino en sus
calles, en su ambiente, en sus gentes. Correspondiendo a la imagen que
habitualmente se tiene de los sevillanos, el festival se hizo como uno más, festivo,
calmado, e intenso. Ni el escaso gusto de algunas de sus propuestas (The Lure, aún espanta su recuerdo), ni
lo desconocido de otras, ni algún desliz en la planificación del horario (¿La muerte de Luis XIV un domingo a las
nueve de la mañana?) resultan otra cosa que anecdóticas, y no pudieron mermar
las salas llenas, los aplausos, el entusiasmo. Ni, por supuesto, el gran cine,
del cual hubo mucho, y muy bueno, comenzando por la cinta inaugural, Une vie, del francés Stéphane Brizé. Un
melodrama de corte clásico, pero no carente de originalidad, merced
fundamentalmente a su narrativa audaz, tanto en la construcción del guion, como
en el magistral montaje de audio e imagen, superponiéndose con frecuencia dos
líneas temporales diversas. Una cinta de época soberbiamente protagonizada por
Judith Chemla acerca de la historia de una alta traición a la propia persona –
o cómo desgastarse inútilmente por la obediencia a un estéril imperativo categórico.
Une vie (Stéphane Brizé , Francia 2016)
Con La muerte
de Luis XIV Albert Serra entrega la que sea posiblemente la mejor cinta de
las cuantas pasaron por el festival, y que entrará sin duda por derecho propio
en los libros de historia del cine que están por escribir. Resulta difícil
encontrar algún documento que exprese mejor lo que es el morir, ese acto al que
el poder, la soberbia, el exceso rinden pleitesía, para dejar al individuo, que
acaso representó a todo un Estado, y al mismo Dios, exiguo, indefenso,
impotente. Y resulta imposible descubrir una interpretación mejor que la de Jean-Pierre
Léaud encarnando al Rey Sol.
La muerte de Luis XIV (Albert Serra, Francia 2016)
De contrarrestar los efectos beneficiosos de
esta obra de contemplación y de otras joyitas del festival, se encargaron
filmes como The Lure, la desagradable
y deslavazada historia de dos sirenitas siniestras, a modo de musical gore. Un
chasco. Todo lo contrario que Le fils de Joseph, una película sorprendente por lo arriesgado de su teatralidad y de
su trasfondo bíblico, pero que recoge con acierto elementos de Bresson, Ozu o
Lanthimos para narrar una historia profundamente humana, un soplo de esperanza
que nos recuerda lo bueno que aún queda en el hombre.
Le fils de Joseph (Eugène Green, Francia 2016)
También
con final feliz, Miss Impossible aporta el guion acaso más fresco
e imaginativo de los que se vieron, coming-of-age, una vez más, pero
esta vez con tacto, con humor, con garbo; un gozo. El estreno mundial de la
restaurada Ikarie XB1, no dejó a nadie indiferente, tanto por la
visible (y desconocida) impronta que este film dejó en otros de ciencia
ficción, como por su lectura política. Recuperada por la sección de clásicos
del Festival de Cannes, su visionado se antoja de obligado cumplimiento.También
de Cannes, y con vocación de acaparar acá todos los galardones que allá hubiera
merecido, nos encontramos al Toni Erdmann de Maren Ade,
ofreciéndonos, camuflado entre sus dientes postizos y su densa peluca, su
reflexión inteligentísima (y divertidísima) acerca de las relaciones humanas en
el extraño mundo en que vivimos.
Toni Erdmann (Maren Ade, Alemania, 2016)
El crítico que suscribe estas líneas se
despidió del Festival con Dogs, del
rumano Bogdan Mirica y no acabó de ver la genialidad que otros han alabado en un
largometraje que no se sabe muy bien de dónde viene ni qué pretende,
inexplicable como el dudoso gusto de algunas escenas, que bien hubiesen justificado
algún silbido que otro. Pero no lo hubo. Lo bueno era tan evidente que, como
siempre, lo malo se pasa por alto. Como cuando uno está enamorado. Un historia
de amor entre el cine y el público, con la preciosa Sevilla como privilegiado
escenario.
Rubén de la Prida.
Rubén de la Prida.