Hay
películas que lejos de proponer un relato sin fisuras, abordan una historia de
modo apasionado y un tanto desorganizado, con una realización desde un punto de
vista audaz, pero sometida a altibajos y cierta sobre dramatización, apoyándose
en una excelente fotografía que sirve para vertebrar -e incluso evolucionar- el
complejo sentido de la historia.
Tal
puede ser un resumen apresurado de esta interesante, e incluso necesaria,
película egipcia.
"La
primavera árabe", en las distintas naciones en las que se desarrollaron,
ha dado un resultado tan imprevisible, cuando no frustrante, que nos ha llevado
a renunciar a su comprensión y a pasar página sobre un fenómeno que alumbró
tantas esperanzas.
Clash
nos propone una inmersión en el conflicto egipcio tras la destitución del
presidente islamista Morsi. Un día de violentos disturbios (de los que hubo
muchos más), un furgón de policía transporta, errante por la ciudad, una
veintena de ciudadanos detenidos a los que no pueden llevar a ninguna parte
porque las cárceles están a rebosar. Tal recorrido, alterado y conflictivo
tanto por lo que ocurre en la calles por
las que deambula el asfixiante vehículo, como por los acendradas diferencias
entre sus ocupantes, es el violento ( y quizás irresoluble ) enfrentamiento de
ese muestrario de disparidades sociales y culturales en la que la película nos
sumerge y sobre los que nos hace reflexionar.
Mohamed
Diab aborda la historia con indudable pasión y apoyado en una excelente y
compleja fotografía que subraya magníficamente el relato, dando incluso un
vuelo simbólico en el tramo final del film, pues el cruce de láseres y
fogonazos luminosos en caótica desorganización, son una palpable visualización
del crudo, desconcertante y desesperanzador conflicto.
Imposible
explicar lo inexplicable, que es lo que parece inherente a la historia que
contemplamos sobrecogidos por tantos avatares.
Seguramente
es su realidad imposible de racionalizar lo único claro y
"explicable" de este dramático conflicto.
Manuel
Fonseca.